Como el común de los lectores de prensa, conocía que los cultos, refinados, organizados, demócratas, educados, respetuosos, discretos y adinerados helvéticos estaban llamados a un referendo el pasado domingo 29 de noviembre. Me equivocaba porque estaban llamados a dos, en los que votaban simultáneamente.
El primero, con enorme eco mediático, se convocaba a iniciativa de un partido de extrema derecha y pretendía la prohibición de construir minaretes en las mezquitas que se edifiquen a partir de este momento en ese país. Ganó el voto a favor de la prohibición con un 57,5%.
El segundo, que ocupaba dos renglones al final de algúnos artículos, se convocaba por tercera vez en 40 años, promovido por un partido verde con la pretensión de prohibir la venta de armas a cualquier país extranjero... Y por tercera vez ganó el voto en contra de la prohibición, en esta ocasión con un 68%.
Walter Wobmann, junto al cartel de la vergonzosa campaña que él presidía
A juzgar por el cartel que acompañaba a los partidarios de la prohibición de los minaretes, Suiza es un pobre país ocupado por oscuras hordas musulmanas extremistas y violentas que ocultan misiles balísticos dentro de los minaretes que se extienden como un denso bosque por todo el territorio nacional, sometiendolo bajo su yugo opresor. La realidad es que en toda la Confederación Helvética hay cuatro minaretes y la comunidad islámica es una minoría que se considera a sí misma bien integrada en el país, a pesar de que casi no tiene derechos porque a un 85% de la misma nunca se le ha reconocido la ciudadanía ni otorgado la nacionalidad.
El fascismo y el nacionalsocialismo de los primeros años 30 estarían aplaudiendo, como ya lo está haciendo la extrema derecha actual del resto de Europa, la supuesta valentía de los ciudadanos suizos que han decidido apoyar mayoritariamente un flagrante atentado contra la libertad de religión y credo, que alimentará la xenofobia y la intolerancia que de forma tan preocupante va ganando posiciones en nuestra Europa democrática, que parece haber olvidado que Hitler alcanzó el poder ganando unas elecciones.
Por otro lado, Suiza es el segundo productor de armas per cápita del mundo. Armas pesadas, armas de fuego ligeras e ingentes cantidades de sus afamadas armas blancas alimentan un mercado que en 2008 vendió al extranjero por valor de más de 480 millones de euros, siendo algunos de sus mejores clientes los paises musulmanes.
Resulta curioso pensar que un terrorista musulman que se colase en suelo helvético no podrá ser llamado a la oración desde un elevado alminar, pero sí podrá rebanar el cuello a un pacífico ciudadano con una bayoneta genuinamente suiza que habrá adquirido en su propio país de origen.
Parafraseando a Einstein de nuevo (ya lo hice en una entrada anterior) la estupidez humana, y en este caso la hipocresía, son infinitas.
¡Qué pena de democracia y de mayorías! Ya lo decía mi abuela. "Aunque diez mil moscas coman mierda, tú no la pruebes".