Todavía tenía en la retina la huella rojiza del filamento de la lamparita de la mesilla de noche que había apagado hacía un segundo. En el negro techo se dibujaban, sobre el filamento rojo, las imágenes de los piratas que un instante antes disputaban una feroz batalla, con Sandokán a la cabeza, desde las páginas de un libro de lomo verde escrito por un tal Emilio Salgari. Los alfanjes y cimitarras habían cortado el aire amenazantes. Le bullía la sangre en las sienes recordando la emoción de cada lance. Soñaría toda la noche con ese mundo lejano de aventuras increíbles, piratas, tigres y doncellas por salvar... ¡Qué bonito era leer!
Y pensó en las páginas que le quedaban al libro para revelar su final... Pensó también en los libros que, aún ignotos, descansaban en los estantes repartidos por la casa... En las enciclopedias que tanto le gustaba consultar abriéndolas por una página al azar. En los libros que su padre le había dicho que aún no podría entender... Pensaba en los miles de tomos que había visto en la biblioteca del colegio, a la que siempre acudía tras el comedor escolar... Un cosquilleo en la boca del estómago empezaba a incomodarlo. Se sentía nervioso.
Vino a su mente el tamaño del edificio de la biblioteca pública, que su madre le había mostrado en un paseo por la proximidades de la Gran Vía. En los hermosos libros que contendría... Ya se sentía muy nervioso, y empezaba a hundirse en la tristeza.
Se le escapó un sonoro sollozo y una lágrima inició el lento descenso por su mejilla.
La luz del pasillo se encendió y se oyeron los nerviosos pasos de su madre.
- ¿Qué te pasa cariño? ¿Te duele algo?
- No mamá... ¡Estoy muy triste!
- Pero, ¿por qué, mi cielo?
- ¿Sabes mamá? Me he dado cuenta de que por muchos años que viva no podré leer todos los libros del mundo...
P.S. Imagen obtenida de la red de una antigua portada de una novela de Salgari.