viernes, 22 de enero de 2010

De los docentes...

Hace algo más de dos años celebrábamos las bodas de plata de mi promoción en el Colegio Nuestra Señora de Begoña de Bilbao, regentado por los jesuítas, para más señas. Muchas caras irreconocibles entre los antiguos compañeros. Muchas calvas brillantes y muchas canas. Larguísimas conversaciones con unos y con otros para intentar ponerme mínimamente al día tras cinco lustros de no haber coincidido con la mayoría de ellos (estudié en Pamplona y cuatro años después me vine a Sevilla).


El que parecía haber estado todo ese tiempo metido en formol era Miguel, mi queridísimo profesor de Matemáticas de 3º de BUP, que había acogido con entusiasmo la invitación a acompañarnos en esa señalada jornada. Seguía igual que siempre; delgado, de escasa estatura, con el aire de bohemio del romanticismo que le daban la perilla perpetua, las gafas caídas y su flequillo fino.

De camino entre la iglesia del colegio (donde habíamos celebrado la eucaristía del reencuentro, y del recuerdo a los que ya no estaban) y el hotel en el que estaba fijado el jolgorio, íbamos él y yo en animada charla. Me comentaba lo tranquilo que estaba después de dos meses de jubilación... A mí que no me cuadraban las fechas me extrañó y él, viendo mi expresión, me aclaró que había pedido la prejubilación con tres años de anticipación a pesar de perder parte de la pensión. No podía creerme que un hombre con la dedicación que yo recordaba a la enseñanza, que tenía una relación de profunda complicidad con sus alumnos, que lo queríamos y lo respetábamos con locura, hubiese optado por acabar su vida docente antes de tiempo. Y me contó una historia...

"Cuando hace veinticinco años os daba clase y era vuestro tutor, recibía a vuestros padres. Si le tenía que decir a alguno que su hijo no estudiaba o que se comportaba como un vago o un sinvergüenza, tenía que salir corriendo a parar al padre para que no se liase a tortas con el hijo. El curso pasado, después de citarlo mil veces, recibí a un padre al que tuve que decir que su hijo no estudiaba y que, además, se comportaba como un vago y un sinvergüenza... Y tuve que salir corriendo para que el padre no se liase a tortas conmigo. Decidí entonces dejarlo."

¡Gracias a los políticos iluminados que han dado forma a nuestro actual sistema educativo! ¡Gracias a las familias que han delegado en los enseñantes hasta la labor de educar a sus hijos en la mínima decencia! ¡Gracias al pensamiento imperante de que el esfuerzo ya no es sino el camino de los imbéciles que no han conseguido pegar un pelotazo! ¡Gracias a la "sociedad del conocimiento" que ha favorecido que una diplomada universitaria conteste sin rubor; "no estoy segura de quién descubrió América allá por el siglo XVIII o XIX, no me acuerdo concretamente", en un concurso televisado!

¡Gracias, gracias, un millón de gracias por convertir la preciosa profesión de educador en un camino pedregoso lleno de baches y zancadillas! ¡No vayamos a abusar los profesores de nuestro "magno" poder!

¡Y aún así, los hay que seguimos entrando emocianados cada mañana en las aulas a compartir la mitad de nuestra vida y mucho más de nosotros mismos con nuestros alumnos! ¿Somos soñadores, masoquistas, o simplemente gilipollas?

P.S. Fotografía de las bodas de plata de la 54 promoción en un patio del colegio.