lunes, 12 de abril de 2010

El teléfono y yo...

Contrariamente a lo que muchísima gente piensa, el teléfono, ese invento demoníaco, no surgió de la cabeza de Alexander Graham Bell (escocés emigrado a EE.UU), sino de la de Antonio Santi Giuseppe Meucci (italiano emigrado a EE.UU).

Este segundo ya disponía en el lejano 1857, construido, instalado y funcionando, de un teléfono fijo que conectaba su despacho con su dormitorio, en la planta superior, en el que debía reposar por largos períodos su mujer enferma de reumatismo. Ingenio le sobraba, pero no así el dinero, por lo que no podía hacer frente a las tasas de la patente y no la registró. Solicitó apoyo económico a una empresa a la que envió el invento. La empresa, que no le prestó atención, tampoco le devolvió el teléfono que, sin que se sepa cómo, acabó en manos de Bell. Tras perfeccionarlo, lo presentó como propio en la oficina de patentes el 14 de febrero de 1876, sólo unas horas antes de Elisha Gray, compatriota suyo, presentase otro modelo similar.
 
Un invento que nació con tantas vicisitudes no podía traer nada bueno... Dividió a las familias y enfrentó a los amigos... Hermanas contra hermanos, madres contra hijos, esposas contra esposos, amigas contra amigos. Las amantes del teléfono contra los que lo odiamos...
 
Para colmo, en 1983, el ingeniero de la empresa Motorola, Rudy Krolopp, bajo la dirección de Martin Cooper, vino a fastidiar aún más el asunto diseñando el primer teléfono celular (o móvil).
 
En 1991 entraba en el estudio de arquitectura a la 7:30 y, con un breve intermedio de apenas hora y media para tomar el menú del día en un local cercano, salía a las 20:30. Los promotores deseaban que dispusiese de un móvil (que entonces sí que era más grande y pesado que un ladrillo) para localizarme en cualquier momento, a lo cual me negué con vehemencia, consiguiendo mi propósito de seguir como hasta entonces...
 
Me vine a vivir a Sevilla y seguí aguantando sin el puñetero móvil hasta 1995, en que sucumbí y compré uno de esos chismes infernales. Y desde entonces el suplicio no ha cesado...
 
Por si no había bastante, vinieron las operadoras de telefonía fija y móvil e inventaron las "tarifas planas"... Si hasta ese instante lo único que cortaba a las amantes de esos endemoniados aparatejos era el coste del tiempo de comunicación, a partir de él, nada las detendría...
 
¡Cómo odio el dichoso teléfono, ya sea fijo o móvil! ¡Cómo odio las primeras e invariables preguntas que te suelen realizar a través de ellos, incluso personas que casi ni te conocen!
 
- ¿Dónde estás? ¿Qué haces?
 
A las que la buena educación impide contestar lo que a uno le saldría de lo profundo.
 
- ¡Qué coño te importa!
 
Si para preservar tu paz e intimidad durante un ratito tenías el infecto bichejo desconectado, la primera pregunta varía.
 
- ¿Qué hacías que el móvil estaba apagado?
 
Y ahora las operadoras amenazan con poner a disposición de todo el mundo las vídeo-llamadas. ¡No, no y no! ¡Me niego! ¡Que se las metan donde les quepan!
 
Encima, los móviles, no llegan a durar ni dos años y hay que ir acumulando puntos para cambiarlos y seguir disponible...
 
Lo único que ha mejorado desde el infausto momento de la invención de estos nefandos artilugios es que ahora incorporan una pequeña pero eficaz cámara que me ha permitido ir plasmando momentos memorables para incorporarlos a mi blog; como este impactante cartel de venta por diviorcio, este ensayo de costaleros, esta muestra de moda urbana, este reloj propiedad de un inconformista... O este anuncio visto a las puertas de un centro educativo de alguien que, aunque afirma ser estudiante, parece que estudia poco, o bien tiene el teclado muy pequeño y le resbalan los dedos entre las teclas...

Pixelizo el móvil por intimidad del anunciante

Luego, algunos decís que soy un peligro con la cámara del móvil... La verdad es que soy una víctima, porque la culpa la tuvieron Meucci, Bell, Krolopp, Cooper y los demás.

¡Odio el jodido teléfono!