sábado, 6 de febrero de 2010

¡Aquí mando yo!... (Si me deja mi mujer)

Recuerdo una entrevista televisiva a D. Camilo José Cela en la que el periodista preguntó.

- Don Camilo José. ¿En su casa quién manda, usted o su mujer?

A lo que el escritor, sin pensarlo ni un segundo contestó airado, casi ofendido.

- ¡Mi mujer, por supuesto! ¡Acaso me toma usted por maricón!

Dejando a un lado el final de la respuesta del Nobel de literatura, me sorprendió que respondiese eso con la edad que tenía y siendo de la generación a la que pertenecía. Estos días me he acordado varias veces de la anécdota y me he decidido, con enorme arrojo y bizarría, a escribir una entrada sobre este siempre espinoso tema... Más de uno de los lectores que sois hombres casados ya me estáis augurando una semana de dormir en el sofá, como mínimo.

Me llegaba esta semana un correo con aquellas máximas que la descerebrada Dña. Pilar Primo de Rivera transmitía a las mujeres españolas de los años 50 desde el repugnante panfleto de la Sección Femenina. ¡Qué cosa más ofensiva para cualquier mujer y para cualquier hombre que ame a las mujeres, como yo! No me imagino tener a mi lado una marioneta sumisa y estúpida como la que esta demente propugnaba como modelo de mujer española. ¡Dios nos libre!

Y el correo, incitó a mi memoria a realizar un recorrido por las mujeres más importantes de mi vida...

A mi veneradísima abuela materna; a la que echo tanto de menos que me sigue doliendo; no le hacía falta ni siquiera hablar. En la sociedad vasca (yo soy de Bilbao) el matriarcado no se discute y punto. Ella, como buena matriarca, llevaba la vida de hijos, nietos y bisnietos. No le hacía falta hablar, pero todos sabíamos que su opinión en cualquier tema era simplemente vital, y punto...

Mi amadísima madre siempre ha sido más sibilina... Hasta tal punto que desde pequeño recuerdo a mi padre convencido de que en casa se hacía (hoy en día empieza a ver la luz a los 76 años) lo que él decía. Yo sin embargo tenía la impresión contraria, de que mi madre trenzaba los hilos para que diesen como resultado aquel firme convencimiento de mi padre en las decisiones que, como si fuesen ideas suyas, había tomado...

Mi suegra, a la que lejos de tener manía (según la teoría de las rencillas yerno-suegra), quiero con locura, es de la generación de mi madre y, por tanto, de su estilo. Si fuese controladora aérea le deberían pagar el triple que a cualquiera de los demás, porque no habría avión que escapase a su control. Baste decir que su frase favorita es "yo no digo nada, pero...". Y tras el "pero" va el resto del asunto...

Mi queridísima hermanita es digna heredera de su madre, pero como tiene menos años y mi madre es como es, no mamó las consignas de la descerebrada dictadura y ella, simplemente manda sin tapujos...

Por fin, la dueña y señora de mi vida, la que da sentido a cada uno de mis despertares, porque sin ella estaría perdido en un mundo inhóspito y gris, combina todas las características anteriores y ella, además de ser el amor de mi vida... ¡Ordena y manda!...

Cuando la frase imperativa dirigida a mí empieza por "chico..." (apelativo cariñoso para mí, que seguro provocará la hilaridad de los que me conocen en persona) me cuadro, aún sin haber hecho la mili, y me dispongo a obedecer. Si empieza por mi nombre de pila completo, se me aperece la imagen de un sargento de Regulares de Ceuta con su capa, su gorro moruno rojo y su paso pausado... Y me empiezan a temblar las piernas esperando, bien una orden, bien saber qué coño habré hecho ahora.

Y es que señores... A ver si nos damos cuenta de una vez. ¡Digamos lo que digamos, mandan ellas! Baste ver cómo en mi tutoría de segundo de bachillerato, en la que hay seis niñas frente a veinticuatro niños, siempre llevan ellas las riendas de lo que hay que hacer, los días que hay que poner los exámenes, lo que hay que decirles a los profesores... Y los otros pobres convencidos de que han tomado alguna decisión al respecto.


Como he puesto en la imagen manipulada de la portada de El Jueves, cada hombre es un "nasío pa obedesé".

P.S. Evidentemente, las mujeres de mi vida son un absoluto encanto. Sobre todo mi maravillosa esposa, sin la que no consigo imaginar qué hubiese sido de mi vida. Por supuesto que mi dueña y señora nada tiene que ver con un sargento de los Regulares de Ceuta. Lo anterior no es más que una broma y la exageración humorística de una verdad incuestionable, que las mujeres mandan (o mandáis) mucho. Je, je, je.