Era la típica convivencia de verano de adolescentes. Chicos y chicas que, salvo por la división nocturna en recintos separados, podríamos estar todo el día juntos. A nosotros, depósitos de hormonas en ebullición, todas ellas nos parecían guapísimas... ¡Una semana por delante para ligar! ¡Imposible no conseguirlo! ¡El paraíso terrenal hecho realidad!
Charlábamos y tonteábamos animosamente, nosotros y ellas, tirados en la hierba, junto al río en el que de vez en cuando nos pegábamos un chapuzón... ¡Ellas con trajes de baño o bikinis! ¡Nuestros húmedos sueños adolescentes se estaban materializando!
En estas ensoñaciones estábamos cuando llegó A.A. seguido por su mozo de espadas G.G.G. (iniciales reales). Llegaban con paso firme. El primero con aires de artista bohemio, seguido por su esbirro, que era el que acarreaba para su líder un tremendo bulto y un montón de papeles metidos en una carpeta.
Se colocaron aparte del resto de los simples mortales, como seres superiores... Manipularon el bulto y la carpeta y, de forma repentina, empezaron a sonar unas notas de guitarra acústica acompañadas de sus lánguidas voces.
En ese mismo instante se produjo un oscuro sortilegio y en apenas unos segundos, nos quedamos solos... Todas las chicas se habían levantado y con rostros extasiados (más bien embobados) habían acabado sentándose alrededor del guitarrista y de su esbirro, que ahora hacía los coros al maestro, esperando pillar las migajas que dejase su amo y señor.
No podíamos entender cómo esas chicas que presumían sin parar de tener "tanta personalidad y madurez", podían haberse transformado en una panda de bobaliconas que, con los ojos fuera de las órbitas, estaban babeando de forma vergonzosa mientras coreaban, una tras otra, baladas hiper-horteras... "Si mi boca fuera pluma y mi corazón tintero...". "Sapo cancionero canta tu canción...".
¡Se nos jodió el plan de ligue para toda la semana! A.A. y su esbirro G.G.G. no soltaban la puñetera guitarra ni a sol ni a sombra, seguidos a todas partes (como si fuesen nuevos flautistas de Hamelín) por esa panda de idiotizadas. ¡No nos comimos una rosca! ¡Odiábamos al de la guitarra!
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Este pasado viernes me tomé un día de vacaciones y la dueña y señora de mi vida y yo nos fuimos a la playa a pasar el día del cumpleaños de nuestra sobrina pequeña con la chiquilla (cumplía cinco añitos). Por la tarde, nuestras tres sobrinas querían ir a la piscina de la urbanización y me bajé a bañarme con ellas.
No me podía creer lo que veía cuando llegué a la piscina... Me parecía haber vuelto treinta años atrás...
Un niñato gilipollas con guitarra, y con su correspondiente esbirro a la derecha, estaba rodeado de una panda de niñatas babeantes, todas ellas monísimas de la muerte, mientras a distancia, un grupo de muchachos con cara de pocos amigos, echaban miradas asesinas hacia el niñato. ¡Nada había cambiado, solo las baladas hiper-horteras eran distintas!
El primo de mi dueña y señora, que también bajaba con su hija a bañarse y que es unos años menor que yo, se sentó a mi lado y, sin que hubiésemos cruzado aún ni una palabra sobre el tema, comentó lacónico...
- ¡Un niñato gilipollas con guitarra!
Me di cuenta entonces de que en todo tiempo y lugar hemos existido, existen hoy y seguirán existiendo mañana, muchachos a los que nos han jodido, de esta manera tan burda y rastrera, el plan de ligue veraniego. Con el mismo laconismo de su comentario le contesté...
- ¡Odio al niñato gilipollas de la guitarra!