Como cada mañana, los párpados aún le pesaban... Su abuelo siempre había dicho que "un hombre que se vista por los pies no puede despertarse más allá de las seis y media de la mañana". Él era un hombre de los de su abuelo por los pelos. Los dígitos brillantes del despertador (6:25) en el instante de emitir esos pitidos tan desagradables daban cuenta de ello. Al igual que otras mañanas; más bien madrugadas por lo temprano de la hora; pensaba que no le importaría quedar fuera de la categoría del abuelo, aunque solo fuese por ese día. La noche no había sido tranquila y el tiempo transcurrido en brazos de Morfeo había sido muy escaso.
¡Otro pitido! ¿Por qué harán los cacharros electrónicos con pitidos tan desagradables?
El microondas anunciaba que había vuelto a realizar su magia y en dos minutos escupía desde sus entrañas un taza de agua hirviendo. Por qué no podría hacer lo mismo sin ese abominable pitido final.
La nubecilla marrón se dispersaba en el agua al hundir la bolsita de té. En tres minutos la infusión estaría lista (Twinings Earl Grey) con ese sabor ácido tan peculiar del toque cítrico.
¡Tres pitidos más! ¿Quién inventaría esa forma de marcar las horas; medias y enteras; en la radio con los tres pitidos de las narices? ¡Si con que lo anuncie el locutor de palabra ("son las seis y media") ya me entero sin necesidad de pitidos!
Mientras calentaba sus manos, rodeando con ellas la taza, le dedicó una mirada furtiva. El azul cobalto y el blanco le sentaban bien. Le daban una aire de distinción y elegancia. No siempre había sido así. Aquella otra combinación de colores de hace tiempo no le convencía como esta, aunque resultaba más divertida (azul cobalto y naranja)...
Hacía dos años y siete meses que la había visto por primera vez. Entonces su mirada hacia ella había estado llena de recelo e inquietud. Sin embargo, la costumbre la había convertido en una compañera inseparable. Habían ido de viaje juntos en muchas ocasiones desde entonces. Habían compartido mesa y mantel en los más variados ambientes... Dos años y siete meses dan para mucho.
Tenía que reconocer que había sido un apoyo firme en aquella mala época que no quería ni recordar. Entonces las lágrimas afloraban cada dos por tres sin motivo y sin sentido. Los médicos habían decidido dejarlo fuera de la categoría del abuelo durante una buena temporada. Pero la angustia había alcanzado su corazón y su mente también en el refugio de las cuatro conocidas y amigables paredes de su casa. Nada había tenido sentido por entonces. Las noches pasaban en blanco oyendo música clásica y los días muerto de sueño sin ganas de moverse del sofá.
Lo había visto en otras personas, pero no había querido creer que le estuviese pasando a él. "Depresión aguda por estrés" había puesto el psiquiatra en su primer informe... "Has fundido los plomos" había sentenciado de una manera más gráfica un amigo suyo...
Y en ese tiempo, ella le había ayudado muchísimo. Había mejorado ostensiblemente durante el primer año y medio, y ella había tenido un papel muy importante en esa mejoría. Los meses siguientes habían sido de prueba para ver si la mejoría era estable, y ella había seguido a su lado. Hacía seis meses que le habían dicho que tenía que ir desacostumbrándose poco a poco a ella y hoy tocaba la despedida...
La miró de nuevo. Sí. Definitivamente el azul cobalto y el blanco le sentaban muy bien...
La tomó entre sus dedos y se la llevó a la boca. Notó su contacto en la legua y con un breve sorbo de té bien caliente la tragó...
Era la última pastilla de antidepresivos que tenía que tomar. Tras la recuperación completa, empezaba una nueva vida sin ella, sin apoyo químico, llena de esperanza...
Hacía dos años y siete meses que la había visto por primera vez. Entonces su mirada hacia ella había estado llena de recelo e inquietud. Sin embargo, la costumbre la había convertido en una compañera inseparable. Habían ido de viaje juntos en muchas ocasiones desde entonces. Habían compartido mesa y mantel en los más variados ambientes... Dos años y siete meses dan para mucho.
Tenía que reconocer que había sido un apoyo firme en aquella mala época que no quería ni recordar. Entonces las lágrimas afloraban cada dos por tres sin motivo y sin sentido. Los médicos habían decidido dejarlo fuera de la categoría del abuelo durante una buena temporada. Pero la angustia había alcanzado su corazón y su mente también en el refugio de las cuatro conocidas y amigables paredes de su casa. Nada había tenido sentido por entonces. Las noches pasaban en blanco oyendo música clásica y los días muerto de sueño sin ganas de moverse del sofá.
Lo había visto en otras personas, pero no había querido creer que le estuviese pasando a él. "Depresión aguda por estrés" había puesto el psiquiatra en su primer informe... "Has fundido los plomos" había sentenciado de una manera más gráfica un amigo suyo...
Y en ese tiempo, ella le había ayudado muchísimo. Había mejorado ostensiblemente durante el primer año y medio, y ella había tenido un papel muy importante en esa mejoría. Los meses siguientes habían sido de prueba para ver si la mejoría era estable, y ella había seguido a su lado. Hacía seis meses que le habían dicho que tenía que ir desacostumbrándose poco a poco a ella y hoy tocaba la despedida...
La miró de nuevo. Sí. Definitivamente el azul cobalto y el blanco le sentaban muy bien...
La tomó entre sus dedos y se la llevó a la boca. Notó su contacto en la legua y con un breve sorbo de té bien caliente la tragó...
Era la última pastilla de antidepresivos que tenía que tomar. Tras la recuperación completa, empezaba una nueva vida sin ella, sin apoyo químico, llena de esperanza...