El título de la entrada es una evidencia que, a lo largo de la vida de cada cual, va convirtiéndose en verdad absoluta e incuestionable...
La juventud hace a muchos desear hasta el extremo estar en cualquier sitio antes que en casa. Algunos jóvenes se pasarían el día con los amigotes pateando la calle para volver al hogar con el tiempo justo de saludar a sus padres (si es que aún están despiertos), antes de desaparecer a la carrera en su cuarto, sancta sanctorum de su intimidad.
Los días de excursión están dispuestos a tirar de saco de dormir y acabar planchando la oreja en cualquier lugar lejano, sin echar de menos su cama mullida.
Para muchos otros, cualquier oportunidad de comer un sucedáneo de hamburguesa en un tugurio de mala muerte reafirma su capacidad de sobrevivir comiendo fuera de su casa...
Con la edad, sobre todo cuando uno tiene casa propia, está deseando que los amigotes disfruten de ella, compartiendo un ambiente conocido y acogedor. Además está deseando abrir su casa de par en par a sus padres.
Los años hacen que, como en tu cama, no se duerma en ningún sitio. Así, después de un viaje, por mucho que disfrutes, la primera noche en tu cama sí que es un lujo asiático.
Cuando el trabajo te obliga a comer en muchas ocasiones fuera de casa, acabas hasta las narices y, aunque te hayan citado en un lujoso restaurante para una comida de negocios, lo cambiarías con gusto por un sucedáneo de cualquier cosa, siempre que te lo pudieras comer en casa.
Algunos, a cualquier edad, llevan la máxima del título de la entrada más allá del extremo. Me contaba el sábado una íntima amiga una anécdota de su sobrino...
Con la difícil edad de trece años, en la que no se aguantan ni ellos mismos, el muchacho muerto de aburrimiento es informado de que toda la familia (él incluido) va a pasar la tarde en casa de la tía Pepita (nombre ficticio). Soplando y mirando al suelo contesta a sus padres...
- Yo no quiero ir a casa de la tía Pepita, que me aburro muchísimo.
Los padres, meditando seriamente si reventarle la cabeza, optan por contestar con parsimonia.
- Hijo, pero si a ti te da igual, te aburres en todos los sitios... Hasta en casa.
El hijo, ante la insistencia y la solidez de los argumentos paternos, por fin sentencia.
- Sí, pero en casa me aburro más a gusto...